Las chancletas de Radhamés
Vianco Martinez
Hoy jueves, a las cinco de la tarde, el periodista Radhamés Gómez Pepín, director del periódico El Nacional, va a hablar sobre su vida periodística, en un encuentro en la librería Cuesta, organizado por Verónica Sención.
Radhamés ya tiene cincuenta y dos años ejerciendo el periodismo. Como reportero, como columnista, como director.
Para él, siempre ha valido más un periodista que un general, y si hoy es apreciado por muchos de los colegas del medio, especialmente por aquellos que han tenido el privilegio de trabajar bajo su conducción, es porque nunca abandonó a sus reporteros en la hora de la verdad –aquella hora crucial que coloca a un periodista frente a su destino- y nunca se prestó a entregar la cabeza de un periodista a los poderes que lo asediaron.
Con Radhamés Gómez Pepín el periodismo siempre ha andado de pie, nunca de rodillas, y las miserias que en ocasiones han rondado el ejercicio, han quedado al otro lado de su puerta. Yo creo que cuando se va a pensar en un periodista de batalla, que ha hecho de su ejercicio una consagración de lo imposible y que en la ordenación lógica de las cosas, siempre se ha mantenido en su lugar, hay que pensar, necesariamente, en Radhamés.
A mí lo que más me gusta de él, además de la especial manera en que ha ejercido el periodismo y en que ha acompañado a sus periodistas en las batallas más decisivas de su ejercicio, son sus chancletas, las mismas con las que ha ido al Palacio Nacional a reunirse con los presidentes y con las que ha recibido en su despacho a los más encumbrados ministros de la vanidad.
Esa ha sido su arma contra la hipocresía, y ese el instrumento con que ha dicho que el periodista, para trascender, no necesita otra que cosa que su conciencia y su escritura, que muchas veces suele ser lo mismo.
Hoy quiero ir a la librería Cuesta para escuchar de nuevo la danza de sus chancletas. Y escuchar sus razones, dichas con ese acento orgullosamente cibaeño que nunca lo abandona, y oírlo reñir contra los tiempos que corren, y mirarlo sentado como un patriarca ante la historia haciéndole guiños a la eternidad. Como en la redacción!
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