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Señor, un franqueador

Señor, un franqueador

Periodista Cándida Figuereo

Aquélla señora develaba su “secreto” a quiénes como ella esperaban al cardiólogo en una clínica de Santo Domingo  para dar seguimiento a la presión de su corazón, órgano al que no pocos le atribuyen  “culpabilidad”  en muchas sorpresas, tristezas y alegrías en el discurrir de la vida..

Este músculo del que se dice tiene un grosor similar a un puño, pero que varía de acuerdo al sexo y la edad, fue la causa de que la dama aprovechara mientras llegaba su turno con el especialista  para contar como esquivaba a los malhechores.

La historia de la dama puso oído-alerta en pacientes de otros especialistas que se encontraban en la continuación de la sala de espera.

La apariencia y bienestar que la señora trataba de disimular no haciendo mucho “ruido”, hacía más creíble su versión, pero  a la vez por la misma causa era motivo de sorpresa.

Cada vez que la mujer va al volante de su vehículo, llama al señor para que le envíe un franqueador a fin de transitar sin ningún obstáculo. Afirma que el señor a quien llama no le manca. Pedido hecho y de inmediato llega el servicio más rápido que el  delivery.

Cuando ella transita las calles y avenidas de la taponada ciudad capital, ahí viene el franqueador a evitar todo estorbo para que la  madama pase. 

Llamar al franqueador no le cuesta un centavo a la referida dama y otra paciente que iba al cardiólogo dijo que usaba similar método para desplazarse sin peligro. Los presentes  no se atrevieron a criticar  esta medida de protección.

¿Cómo consigue la señora ese franqueador?

Ella lo dijo sin el menor disimulo. Invoca al señor, o sea, a Papá Dios y le dice el lugar hacia donde se dirige.  A la vez le solicita que le envíe un franqueador para que le despeje el camino de todo obstáculo.

A lo largo del trayecto la dama va orando y oyendo música cristiana. Sostiene que todos los entuertos se hacen a un lado y llega feliz, sana y salva.

Otras pacientes dijeron que hacían lo mismo porque como no tienen un franqueador de carne y hueso que les proteja, recurren a éste espiritual que no  cuesta un centavo.

 

  ¡Aleluya pues!  

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